IBBY: ¿Qué es para usted la Literatura Infantil?
E. Gaicano: Cuando escucho decir literatura infantil, en lo que se me ocurre pensar es en la literatura escrita por los niños, que es un poco al revés de lo que debería ocurrirme. Según dicen los que saben, la literatura infantil es la literatura escrita para los niños. Pero supongo que ese reflejo mío -de pensar primero en la obra de creación de los niños- corresponde a una larga desconfianza acerca de la literatura que los adultos hacen para los niños; es la literatura que yo padecí en mi infancia y que sigue publicándose ahora, con la diferencia de que han aparecido, a lo largo de estos años, muchas cosas buenas y que valen la pena. Pero todavía, en general, la literatura que los adultos hacen para los niños está teñida de los mismos defectos que yo conocí cuando era chico, en primer lugar del vicio del paternalismo, del que supongo es imposible o muy difícil desprenderse. A mí mismo me ocurrió: yo intenté hacer un par de libros para chicos... uno en España.
IBBY: La piedra arde.
E. Galeano: La piedra que arde -le sacaron el que- y otro que fue una adaptación del Popol Vuh, que se publicó en Kapelusz. En los dos casos, aunque hice todo lo posible por escribir para los niños con el mayor respeto, de algún modo me di cuenta de que uno tiene dentro una actitud inevitablemente paternalista de la que resulta difícil desprenderse para no tener con el niño una relación vertical, que en el fondo es una relación de poder, como todas las relaciones verticales son relaciones de poder. Lo que distingue a la caridad de la solidaridad es que la caridad es vertical y la solidaridad, horizontal. Pero entre el adulto y el niño es muy difícil ese plano de horizontalidad necesaria. La segunda característica que veo que se repite en buena parte de los libros para niños, en los más comerciales, es el terrorismo. Creo que la literatura que los adultos han inventado dirigida a los niños, desde hace ya mucho tiempo está profundamente viciada de terrorismo. Es una literatura que los asusta y les impone desde muy temprano el pánico a la libertad. En la mayor parte de los libros que constituyen la literatura clásica infantil, los niños son castigados cuando hacen uso de su libertad. La libertad es peligrosa y convoca monstruos terribles que los devoran o los comen crudos, o los comen cocinados... Y bueno, en general, creo que los problemas que yo tengo de desconfianza con la literatura infantil provienen de esas dos características indeseables de lo que sería la literatura infantil hecha con criterio comercial: primero, que el adulto se dirige al niño como si fuera débil mental; y segundo, que el adulto se dirige al niño para asustarlo. Supongo que es el adulto el que tiene miedo. Como pasa siempre, el miedo es una proyección del asustado que asusta al que le da miedo. Es una suerte de venganza del adulto o de vacuna preventiva que el adulto aplica contra la incesante capacidad de asombro que el niño tiene y que puede desbordar sus marcos adultos, los esquemas adultos, muy cuadraditos, muy rígidos. Y entonces, se le inculca al niño desde muy temprano el miedo a la libertad. En general la libertad es castigada. Estas son las cosas que les podría decir. Podría agregar que en mi experiencia personal, fue muy ocasional esto de escribir para niños - un par de veces, no más - y no siento que me haya realizado en eso.
IBBY: Sin embargo varios de tus libros son leídos por niños y sabemos que son muy disfrutados, que existe una gran aceptación de tu estilo, que son comprendidos. Quizá el problema está en la propuesta de escribir para un destinatario especial.
E. Gaicano: En ese caso, ya no funciona.
I
BBY: Creemos que debes sentirte coartado por los grandes vicios de la literatura infantil: el paternalismo, el terrorismo -como tú lo llamas- todo lo que desde otro punto de vista forma parte del ideologismo.
E. Gaicano: Sí. Y habría una tercera línea, es verdad, habría que subrayar un tercer aspecto, que es el pedagogismo, la manía de meterle moraleja a las cosas, de reducir la vida a una colección de proverbios o de moralejas que se supone van a encaminar al niño por la recta senda de a virtud; algo así como condenarlo al aburrimiento desde que nace. Yo pienso que cuando escribí para niños conscientemente, no funcioné mucho; en cambio varias de las cosas que escribí funcionan muy bien en los chiquilines. Los mitos de la primera parte de Memoria del fuego -que no fueron escritos para niños-, son muy bien recibidos por ellos quienes además me escriben sus opiniones desde diferentes lugares del mundo. La mejor experiencia que tuve fue con los niños autistas de los campos de refugiados salvadoreños en América Central. Debe haber sido la carta más emocionante que yo recibí en mi vida: la de un maestro español especializado en niños autistas que estaba en un campamento de niños refugiados de El Salvador hace ocho o diez años. Me mandó los dibujos de algunos de esos niños que habían salido de sí, que habían logrado romper su autismo con los mitos de Memoria del fuego. Eso 'fue para mí muy emocionante porque fue la primera vez que ellos conseguían expresar algo con la mano y lo hacían a partir de esos mitos, que eran mitos que yo recogí de la gente; porque son mitos que vienen de la memoria colectiva americana. Lo único que hice fue devolverlo a su fuente. Aquellos niños salvadoreños estaban recibiendo su propia memoria colectiva desde textos que no los intimidaban y que les proponían un modo de cercanía con su memoria que les permitió salir de su encierro. Porque esos niños autistas estaban doblemente presos: como niños refugiados de la guerra que asolaba su país y presos de su propia jaulita interior.
IBBY: Una de las cosas en que no nos cansamos de insistir es que, cuando hablamos de literatura in-fantil o juvenil, debemos enfatizar que tiene que ser primero literatu- ra. Cuando realmente es literatura, como pasa en tu caso, puede ser leída, sentida, vivida, comprendida por niños, aun cuando no haya sido pensada para niños.
E. Gaicano: Supongo que tiene que trasmitir eso, una suerte de comunión ... Y tiene que haber para el niño un espacio de encuentro fundado en la comunión de valores, que son valores humanos, pero que los adultos han reservado a los niños quizá porque los adultos no se llevan muy bien con esos valores; como por ejemplo la capacidad de asombro, la capacidad de magia, la capacidad de locura, la capacidad de poesía, la capacidad de belleza, la capacidad de disparate... Entonces yo pienso que la clave de la comunicación con el niño debe estar en que uno puede compartir con él un espacio que es una realidad, un espacio humano -ni adulto, ni infantil, ni nada- que es el espacio de la capacidad de asombro, de la capacidad de magia, de la capacidad de vivir cada cosa como si fuera la primera vez que se la vive, de vivir cada día como si fuera el número uno. Algunos adultos lo han intentado conscientemente y lo han logrado. Por ejemplo, Joan Miró en la pintura... creo que sí lo ha logrado, pero es muy difícil. Porque uno tiene su capacidad de asombro muy contaminada, muy malherida por la experiencia de todos los días, una experiencia que obliga a envejecer para sobrevivir. Pero bueno, si uno puede mantener intacta por lo menos una partecita de esa energía de asombro, de esa capacidad de vivir la vida como algo de veras nuevo -no a pesar de la memoria sino junto a ella- bueno, pues entonces uno quizá llegue, a poder comunicarse con los niños y con los adultos también.
IBBY: Nos estaños acordando de Ziraldo, cuando dice que él escribe como cómplice de los niños.
E. Gaicano: Claro, en el fondo, la cosa es la complicidad: que el que lee sienta que quien escribió le pasa la mano por los hombros para contarle una historia al oído. Esa capacidad de complicidad, pienso que es imprescindible tenerla en la trasmisión de ideas, de emociones, de experiencias.
IBBY: Sentimos que al adulto le cuesta mucho ser cómplice del niño. La estructura nos ha formado como para evitar esta complicidad.
E. Gaicano: El problema radica en
que el adulto es mudo con relación al niño. Y es mudo porque es sordo. Entonces, como es incapaz de escucharlo, es incapaz de decirle. La única posibilidad sería-supongo-creer de veras, no sólo en la teoría, en esta horizontalidad
de relación de respeto mutuo a partir de
la certeza de que uno no enseña, sino que
aprende, y que aprende enseñando y en
seña aprendiendo. La relación de comunicación implica vaivén, esta ida y vuelta de la energía creadora, en un sentido y en
otro. Porque la verdad es que el universo
infantil es tan prodigioso que uno no cesa de quedarse boquiabierto. •